sábado, 19 de noviembre de 2011

Primer relato

¡Holaaa!

Como dice el título, mi primer relato. Este relato lo escribí el año pasado, pensando en un tema que es muy frecuente en el mundo. No soy experta de ello, ya que no lo he vivido y espero que no me pase nunca. Pero con tan solo escucharlo y verlo de otras personas, me da una idea para poder escribir.

;)






Se me ha hecho un hábito caminar todos los días, todas las mañanas las mismas aburridas calles, observando las mismas caras gastadas de los transeúntes yendo a su trabajo como todos los días. Una rutina diaria y aburrida para muchos de los presentes, menos para mí.

Caminaba con tal lentitud y distracción que no me preocupaba llegar a casa, si no, a disfrutar del aire mañanero acompañado del frío invernal, sintiendo tan fresca mí demacrada piel.

Me dedico a saludar a cada cara conocida durante mi caminata, regalando una sonrisa de agradecimiento por verlos diariamente, sintiéndome inexplicablemente, aunque ellos no se den cuenta, apoyada y segura.

Estas calles son mis únicas amigas y confidentes de mi espantosa vida, las que me han aportado algo diferente en mí monótona y horripilante existencia. Siempre cuando paso por aquí, comienzo a lanzarme preguntas sin respuestas: ¿Por qué sigo con esta vida, la cual no merezco? ¿Por qué sigo obedeciendo las peticiones de mi patético marido, que, según él, su única amante ha sido el alcohol todo el tiempo? ¿Por qué sigo aguantando los malditos golpes de un hombre que me prometió el paraíso, y de la noche a la mañana me entregó el mismísimo infierno?

¿Quién es él? Un tipo a quien amaba y creía conocer, pero, finalmente fue todo parte de su juego. Seducirme con promesas de amor eterno, una vida feliz y lujosa. Toda mujer sueña con eso, ¿Quién no? Sin embargo, a veces, aquel sentimiento al que llamamos amor, nos juega una mala pasada con el hombre equivocado. Nos cegamos completamente de ver lo evidente, sin importar lo que digan los demás.
Luego de eso nos casamos, una noche de bodas inolvidable, pero ¿Luego qué? Los golpes comenzaron de una manera sorpresiva, inefable e inexorable con el paso del tiempo, sumándole los insultos más hirientes, barriendo mi orgullo y mi dignidad como si fuese un trapo para encerar. No pude sentirme peor. Escuchaba cada insulto, recibía cada golpe de mi furioso cónyuge, mordiéndome el labio inferior para que las palabras no fluyeran como un mar de insultos en su alcoholizado rostro.

Era una cobarde. Me veía en un laberinto sin salida o por lo menos yo no hacía el esfuerzo de salir, pero estaba cansada. Lo amaba. ¿Perdón? ¿Escuché bien? ¿Enamorada? El amor se terminó dos meses después de mi tortuoso matrimonio, el cual parecía una maravilla, pero fue el peor error de mi vida. ¿Estaba con él para no sentirme avergonzada frente a las demás personas? ¿Del qué dirán? Aparento tener un hermoso y pacífico matrimonio. Por dios, estoy loca. ¿Resisto para mantener a la gente engañada, a mi familia tranquila? Creo que lo podrían soportar.

Ahora era un pedazo de basura sin dignidad, ni orgullo. Una patética mujer que dejó de luchar. La vergüenza es lo único que me califica en estos momentos.

Estaba agobiada y exhausta. Me dolía el cuello, las piernas, las manos, el cuello, mi cabeza y mi sexo. Ni siquiera podría considerar que lo que hemos hecho es el amor.

Cada vez que veía su rostro de borracho, mi piel se erizaba de terror y mi cuerpo no respondía a mis órdenes: “Escapa, lucha, lo que sea” .

Su barba sin afeitar, su cabello mal cortado, sus cejas pobladas negras, sus ojos del mismo color, llenos de pura maldad, locura y lujuria; sus manos grandes, callosas y peligrosas; su altura intimidante y su gordura de un típico borracho.

¿Con quién me casé?

Que asco.

“Ve a comprar cervezas, perra. Y no te detengas por ahí mirando a un hombre”

El primer insulto de la mañana, a las siete en punto, antes de ir a su mediocre trabajo, el cual no nombraré. Da vergüenza.

Estaba parado frente a mí, en la cama con ese rostro furioso y ansioso por beber como si fuera agua. Me dejaba bien en claro, que si no le obedecía ya, sería nuevamente golpeada con cualquier cosa que encontrara a mano.

Me detuve en la botillería. Miraba el desquiciado local, donde vendían ese maldito líquido adictivo que los volvía locos hasta el punto de delirar y vomitar. Recuerdo las muchas veces que tuve que limpiar y soportar sus alucinaciones y quejas.

¿Quién era él? Un pobre tipo, el más patético hombre que trataba de filtrear conmigo en un intento fallido, el cual provocaba su furia y llegábamos a los golpes y los gritos. Un hombre que frecuentemente vomitaba por el abuso de su consumo, quien ni siquiera podía mantenerse en equilibrio. Botaba y quebraba todo lo que encontraba a su alcance, incluso la incontinencia urinaria a estado presente. ¡Puaj! ¿Cómo he podido soportar tres años? ¿Cómo he sido tan ciega, tan estúpida? ¿Cómo muchas mujeres en mi situación soportan tal situación? Somos demasiado vulnerables al miedo. Somos completamente estúpidas.

Cuando volví a casa con la misma parsimonia de ida, encontré a mi vecina en una esquina. Mientras avanzaba, vislumbraba algunos vehículos estacionados frente mi casa. Algo había pasado. No me alteré, ni me desesperé en avanzar más rápido para descubrir qué pasaba.

Mi vecina me esperaba con su rostro lleno de horror y tristeza, pensando en que me moriría por la noticia. La miré de forma neutral, regalándole una sonrisa falsa que no llegó a mis ojos, ni siquiera a conmoverla. Ella, en cambio me abrazó y empezó a llorar, lamentando tanto la perdida. La aparté hacia un lado, ignorándola. Me dirigí donde estaba un oficial de policía parado cerca de la patrulla.

Señora” me saludó y luego dijo “Lamentamos las malas noticias. Su marido acaba de fallecer hace una hora”

No se preocupe, no lo lamento” Pensé, entonces me sentí culpable desear la muerte de una persona, pero él nunca lamentó maltratarme, dejarme inconsciente o violarme, tener pérdidas de embarazo por sus constantes golpes. No, no lo lamento.
Asentí al oficial y solo contesté:

“Solo sáquelo de aquí”


Me marché. No aparecí por bastantes día, meses diría yo. No podía lamentar ser feliz por su muerte. Se lo merecía. No puedo lamentar el sonreír cuando todavía escucho las milagrosas palabras del oficial en mi cabeza y pensar:


Soy libre.

2 comentarios:

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