domingo, 27 de noviembre de 2011

Relato 2


Lo miro, me mira; frunzo los labios, él sonríe; me estremezco, me saluda con un ademán de su mano; me asusto.

El niño de vestimenta andrajosa, sucio, de pelo castaño, ojos oscuros, estaba parado al otro lado de la calle, inmutable y tranquilo, dirigiendo sus pequeños ojos hundidos a mi persona como si fuese lo único interesante dentro de toda la muchedumbre. Me paralicé. Miraba a la pequeña figura pálida como la cal observándome con una pequeña sonrisa juguetona.

Miro a ambos lados en busca de algo o de alguien para pedir ayuda. Sin embargo, la gente pasa a mi lado como si fuese un fantasma, un nada, ni siquiera reparaban en los empujones que me proporcionaban sin querer al pasar. No se volteaban a verificar a quién habían empujado.

Retrocedí unos pacitos por un siguiente empujón con un bolso, cuando vi a la pequeña figura de diez años aproximadamente observándome como si esperara algo, incluso podría decir que está esperando algo de mí. Me observaba con esos ojos deseosos y ansiosos de algo, tratando de decirme algo con el contacto visual, lo cual no podía descifrar por la histeria y la incertidumbre, acompañado por el miedo creciendo lentamente en mi interior. Los transeúntes tampoco reparaban en la presencia del niño. Él no se había movido ni un centímetro, la gente no se topaba con su delgado cuerpo, pasaban a su lado, rozándolo.

Lo miro, me sonríe.

Aún no podía comprender, ni siquiera un poco.

¿Qué ocurría? ¿Por qué los demás no me ven, como yo los veo a ellos? Odio ser invisible antes sus ojos, quiero ser vista, mirada con escepticismo, disculpas incluso hasta molesto.

Siento una pequeña, pero poderosa corriente de aire recorrer mi espalda, envolviendo mis brazos, luego todo mi cuerpo.

Quiero llegar a casa, darle las buenas noches a mi mamá, acostarme, cobijarme en mis sábanas y hacerme un ovillo con ellas; después soñaría sobre un mundo fantástico y perfecto, siendo yo la protagonista.

Quería avanzar. Mi yo interno me lo pedía a gritos, no obstante, mis trémulas rodillas me lo impedían. Algo no me permitía salir de donde yo me encontraba. Fue ahí cuanto sentí el peso de esos dos ojos oscuros de los cuales era imposible escapar. Ellos tan solo me comunicaban que me quedara quieta.

Gritar. Los deseos de gritar eran enormes, pero sin darme cuenta, ningún sonido podía emitir. Sentía mi boca seca y arenosa. No podía hablar, me era imposible. Volví a mirarlo con miedo, integrándose la rabia.

“¿Qué quieres?” Por un momento pensé que no leería mi mente, pero agrandó sus ojos comprendiendo mis palabras pensadas.

Una densa niebla nos rodeó hasta cubrir nuestros tobillos, al tiempo que la gente comenzaba a verse más grisácea y transparente. Hice el fallido intento de mover mis piernas, las cuales no respondían. Comenzaba a desesperarme.

Todo se volvía triste por los matices tan depresivos. De hecho comenzaba a contagiarme de esa tristeza. Quería llorar, quería suplicar, quería mi casa, mi mamá, mi gato, mis cosas.

Fue ahí cuando vi la mirada del niño que se desviaba por primera vez hacía una esquina, tratando de mostrarme algo.

Cerca de un semáforo, justo donde un grupo de personas se encontraban rodeando el capó de un auto, justo enfrente de un cuerpo femenino inerte tendido en el suelo con algunos huesos rotos, pálida por la visita de la muerte, adolorida por el golpe.

El causante del accidente miraba a la mujer en shock, horrorizado, sudando sin comprender.

Cuando comprendí quien era, el por qué estaba aquí en este mundo paralelo, las lágrimas surgieron y las imágenes de mi vida llegaron de la nada, con rapidez recordando todos esos momentos personales de mi existencia.

Miré al niño con lágrimas en mis ojos, negando, reiterándome que esto era sueño. Él me negó con la cabeza por primera vez, con comprensión, ternura y tristeza por primera vez en sus ojos.

Me tendió la mano.

“Morir es inevitable

Suspiré, cerré mis ojos, pensando en mi mamá, mi gato, mi vida.

¿Hay forma de volver al pasado?

Miré al niño nuevamente y le dije.

“Vámonos”

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